No estaba con un escote ni una minifalda, vestía el buzo de colegio y estaba yendo a comprar gaseosa a la tienda de la esquina de mi casa.
No, no me vestí para provocarlo, tampoco sabía lo que era ser sexy y aún así, un completo desconocido me tocó. Fue el mismo año que me preparaba para hacer mi primera comunión, era literalmente una niña inocente.
Me siguió hasta la tienda y me volvió a rozar con el pretexto de ofrecerle unos productos a la comerciante. Estaba tan asustada que no le dije nada a la señora que era de mi confianza, tuve vergüenza, solo quería irme a casa. Quisiera decir que allí acabaría mi pesadilla.
Celebrando mi 1era comunión |
Pero no pude ocultar el susto de mi rostro, mi mamá me vio y supo que algo me había pasado. Entre llanto le dije con mi voz de niña: "Un señor me agarró mi poto".
Mi padre salió corriendo de la casa a buscarlo. Como si fuera un milagro apareció un patrullero y junto a los policías buscamos a mi agresor. Cuadras más allá lo vi, lo señalé e inmediatamente fui testigo de la ira de mi padre en su máxima expresión. Lo golpeó tanto que los policías tuvieron que intervenir antes que lo mate. Esa fue la primera vez que entré a una comisaría... el sujeto pasó frente a mi sangrando y llorando, la viveza se le había borrado del rostro.
Lamentablemente esta no fue la única experiencia en la que fui víctima de un enfermo sexual. Después de ello he tenido que soportar a un mañoso en gamarra a los 13 años, un hombre mostrándome su pene en un parque cercano a mi colegio, un enfermo queriendo levantarme la falda del uniforme cuando me quedé dormida en el micro y otras situaciones incomodas a lo largo de años.
Esto sin contar las miradas a mi cuerpo y los silbidos cuando voy por la calle, además de los asquerosos que acercan su rostro al mio para decirme alguna grosería. Me ha pasado inclusive estando a escasos minutos de salir en un enlace en vivo.
¿Y todo por qué? Porque soy mujer. Porque en mi país el acoso callejero es clasificado como un chiste, porque creen que un piropo es una gracia digna de un galán, porque si denuncio me van a decir amargada, exagerada y que yo lo provoqué. Tampoco faltará el que diga "Qué más quiere, le están levantando el ego".
Mi relato es uno de los tantos que podría contarte cualquier mujer. No es una exageración, es nuestra triste realidad que lamentablemente no tiene cuando cambiar.